Repartidor de publicidad

Me cuenta que se había enamorado de una mujer que solo conocía de llevarla habitualmente en el taxi de su trabajo a su casa. Nada más, y nada menos. Apenado me dice que hace varias semanas que no sabe nada de ella, solo su nombre. Margarita se llama su amor. Además, conocía el bloque de piso donde casi cada día la dejaba. Me dijo que quería hacer algo retorcido, y entonces, con tanta noticia de “violencia de género”, me asusté. Nada que ver. El taxista quería escribirle una carta con remite, remitente y matasellos, “como las de toda la vida”. Siguió con su plan. Primero, disfrazarse de repartidor de publicidad yendo a buscar catálogos de venta de Mercadona. Segundo, mirar todos los nombres de los buzones hasta encontrar su amado nombre. Tercero, depositar una carta de amor. Ahí le interrumpí rompiendo su romanticismo por un consejo práctico: “llévate dos o tres cartas por si hay más de una Margarita, no es cuestión de fallar después de tanta parafernalia”. Por último, me dijo, "sólo me queda esperar…"
Sin darme cuenta, llegamos a la estación, y le deseé suerte en tan linda conquista.
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