La hora de Kevin
Lo de la mosquitera, los monos, el calor, la extraña capital, los cascos azules, los rebeldes, la carretera, etc. no son mas que un aperitivo para el “abrir boca” de lo que significa vivir en Man, en Costa de Marfil, en la Africa profunda.
Kevin es una mujer que debe tener aproximadamente unos 27 años, aunque con los negros nunca me atrevo a apostar respecto a la edad que tienen. Me debe faltar cultura africana. Tiene dos hijos, Andrea y Mohammed. Ella parece una santa negra (muy negra) y él un bichito negro (también muy negro). Kevin es la señora –o señorita- encargada literalmente de velar por todos los intríngulis domésticos. Ella viene cada mañana sobre las 8, y se retira a las 16h, lo cuál no quiere decir que ese sea su horario laboral.
Desde primera hora, Kevin limpia todo: lo limpio y lo sucio, lo que se puede lavar y lo que no se puede lavar, lo que quieres lavar y lo que no también. Que se te olvida una camisa recién limpia encima de la silla, zas, limpia y tendida. Que se te descuidan unos zapatos por medio de la casa, zas, limpio pero mojado justo cuando lo necesitas. Ya le he cogido el truco, y procuro dejar sin ordenar aquello que quiero que me limpie porque en caso contrario, te lava todo. El suelo también está limpio como “los chorros del oro”. Cada mañana, se lanza al suelo como si fuera suyo, con trapo en mano, con pusturas aerodinámicas y con ese atuendo africano –una especia de pareo- como mono de trabajo. Dejas una manchita en el suelo, zas, Kevin al suelo y manchita quitada.
Kevin también hace la compra semanal, Kevin compra papayas “a punta pala”. De eso no nunca falta. Debe ser lo más barato del mercado, o lo hará por su carácter diurético que nos hace estar todo el día haciendo pipi. También compra papas y huevos, cebollas, tomates de los chicos –el otro día yendo al mercado descubrimos que los hay más grandes pero no deben ser más baratos-, aguacates (no siempre, dependerá del precio), sandía, naranjas, piña, arroz, pasta (fea), algo de pescado y carne, y a veces, como hoy, compró pan. Después de descubrir los precios del mercado, a Kevin le debe salir rentable el presupuesto que tiene. Estimo que más de la mitad lo dedica a sus beneficios extraordinarios. Hoy compró hasta pollo después de habérselo dicho, y ella haber intentado evitarlo diciendo: “Es caro”.
A mitad de la mañana, Kevin cocina, y lo hace bastante bien para las restricciones del lugar respecto a: diversidad de productos, utensilios y conocimientos. Muchas ensaladas. Pasta con alguna salsa rica, y también arroz, o algo que creo que se llama Attieke que es típico de Costa de Marfil y que no sabe a casi nada pero alimenta. También hace muy bien las lentejas. Además ya se atreve a utilizar las latas: de repente ves que ha improvisado y ha mezclado algo que no tiene nada que ver lo uno con lo otro, pero no le sale nada mal. ¡Tiene talento Kevin! También corta la papaya, sandía, ahora la piña, y la deja metidita en algún envase. También corta los aguacates, y prepara el zumo de naranja –es para verla tirada en el suelo con todo el chiringuito montado. Además Kevin debe también estar en pleno proceso de aprendizaje de estos blanquitos. Hasta hace un par de días no sabía lo que eran los garbanzos ni las aceitunas, ni las tiras de soja, y ahora los comienza a usar. Para colmo del aprendizaje, el otro día, ni corta ni perezosa, la veo pasando delante mía con mi libro de cocina marfileña –que recién me regalaron-, haciendo sus consultas, anotando no sé qué, y mostrándoselo a sus colegas. Eso es confianza. Ah, también preparó pescado que no quiero ni saber de donde lo sacó después de pasear por el mercado. Estaba bueno, y bien cocinado. Pero fue mundial, cuando Sandra le preguntó que pescado era, y Kevin contestó: “Pescado”. Sin nombres ni apellidos, para que complicarse la vida en buscárselos.
Otra función clave de Kevin es el orden. Pongamos que quiero poner una silla al lado del baño para colgar toalla y la ropa que te quitas y te pones, pues nada. Ha tardado varios intentos en darse cuenta, que no era desorden sino utilidad. Después de 4 veces, poniendo yo y quitando ella, ahora parece que la silla ya está yo donde quiero. Pongamos que quiero tener una toalla en el baño disponible por si te duchas o te lavas las manos, misión imposible. Kevin –perseverante como ella misma- la pone a lavar en un santiamén y te deja sin toalla. Eso todavía no hemos llegado a coordinarlo.
Otro aspecto fundamental de Kevin es su rapidez en el servicio, y eso –a veces- se convierte en una desventaja cuando te quieres preparar un café a tu antojo. Cada mañana y después de comer, me echó mi Nescafé soluble con el azúcar, y procuro hervir el agua. Para no estar al lado, hago alguna cosa en ese tiempo, y zas, café puesto ya encima de mi mesa pero con temperatura a su gusto. A veces frío, a veces menos frío, depende de Kevin.
El otro día, Kevin nos volvió a hacer una de las suyas. Llenó con agua del grifo una de las botellas que utilizamos para beber, tomar café, limpiar la verdura o lavarnos los dientes. Por ahora, no ha habido daños colaterales. Se lo dijimos. Hoy he vuelto a ver esa misma botella en la nevera.
Una de las facetas más características de Kevin es la relación desmesurada con las vecinas, o mejor dicho, con las colegas encargadas de la limpieza de las dos casas vecinas de este condominio cerrado. Con ese idioma exageradamente nasal con el que hablan, y ese poco gusto por el silencio, Kevin se comunica a voces de un patio a otro –del 1 al 2, o del 1 al 3 sin esfuerzo alguno. Desde primera hora de la mañana, Kevin funciona como despertador marfileño para mis ganas de seguir durmiendo. Luego, durante todo el día, comen juntas, se tumban en la puerta, y siguen con sus risas y su algarabía, ¡qué mejor manera de trabajar! El otro día, momento inolvidable, aparece Kevin con sus dos colegas para presentármela. Me dan la mano y se van. Yo me quedo compuesto y sin novia. ¡Habrá que oír que dirán de este blanco barbudo que pasa tanto tiempo en casa!
Kevin tiene otra particularidad más: master en gestión de stocks. Ella decide lo que se lleva a casa de las sobras, lo que tira o deja en la nevera. Te sobra comida rica que piensas en comerla por la noche, Kevin se la lleva a su casa o se la come con las vecinas. El otro día sobro pan (cosa que no comemos cada día), y venía como anillo al dedo para una tortilla de patatas que me atreví a hacer, pues nada, Kevin se llevó el pan para su casa sin el mínimo reparo. Ella nos pone las reglas.
Otro momentazo que me ha hecho mucho reír es cuando he visto a Kevin pasar por el salón con toda la ropa nuestra, lavadita y secada, encima de su cabeza para llevarla al cuarto y ponerla en su sitio. Con las manos libres, cabeza ocupada, caminar de trapecista, me la veo pasar como si nada, Esa imagen no tenía desperdicio, no podía disimular mi carcajada.
Otro capitulazo fue el otro día, en hora de sobremesa, Kevin agarró el mando a distancia, se colocó delante del televisor mientras yo trabajaba en la mesa a su lado, se colocó una telenovela, se tiró a lo largo del suelo y todo listo. Eso ya es abuso de confianza.
¿Qué sería de esta casa sin ti? ¿Qué podríamos hacer sin ti? ¿y contigo?Muchas gracias, Kevin.
Kevin es una mujer que debe tener aproximadamente unos 27 años, aunque con los negros nunca me atrevo a apostar respecto a la edad que tienen. Me debe faltar cultura africana. Tiene dos hijos, Andrea y Mohammed. Ella parece una santa negra (muy negra) y él un bichito negro (también muy negro). Kevin es la señora –o señorita- encargada literalmente de velar por todos los intríngulis domésticos. Ella viene cada mañana sobre las 8, y se retira a las 16h, lo cuál no quiere decir que ese sea su horario laboral.
Desde primera hora, Kevin limpia todo: lo limpio y lo sucio, lo que se puede lavar y lo que no se puede lavar, lo que quieres lavar y lo que no también. Que se te olvida una camisa recién limpia encima de la silla, zas, limpia y tendida. Que se te descuidan unos zapatos por medio de la casa, zas, limpio pero mojado justo cuando lo necesitas. Ya le he cogido el truco, y procuro dejar sin ordenar aquello que quiero que me limpie porque en caso contrario, te lava todo. El suelo también está limpio como “los chorros del oro”. Cada mañana, se lanza al suelo como si fuera suyo, con trapo en mano, con pusturas aerodinámicas y con ese atuendo africano –una especia de pareo- como mono de trabajo. Dejas una manchita en el suelo, zas, Kevin al suelo y manchita quitada.
Kevin también hace la compra semanal, Kevin compra papayas “a punta pala”. De eso no nunca falta. Debe ser lo más barato del mercado, o lo hará por su carácter diurético que nos hace estar todo el día haciendo pipi. También compra papas y huevos, cebollas, tomates de los chicos –el otro día yendo al mercado descubrimos que los hay más grandes pero no deben ser más baratos-, aguacates (no siempre, dependerá del precio), sandía, naranjas, piña, arroz, pasta (fea), algo de pescado y carne, y a veces, como hoy, compró pan. Después de descubrir los precios del mercado, a Kevin le debe salir rentable el presupuesto que tiene. Estimo que más de la mitad lo dedica a sus beneficios extraordinarios. Hoy compró hasta pollo después de habérselo dicho, y ella haber intentado evitarlo diciendo: “Es caro”.
A mitad de la mañana, Kevin cocina, y lo hace bastante bien para las restricciones del lugar respecto a: diversidad de productos, utensilios y conocimientos. Muchas ensaladas. Pasta con alguna salsa rica, y también arroz, o algo que creo que se llama Attieke que es típico de Costa de Marfil y que no sabe a casi nada pero alimenta. También hace muy bien las lentejas. Además ya se atreve a utilizar las latas: de repente ves que ha improvisado y ha mezclado algo que no tiene nada que ver lo uno con lo otro, pero no le sale nada mal. ¡Tiene talento Kevin! También corta la papaya, sandía, ahora la piña, y la deja metidita en algún envase. También corta los aguacates, y prepara el zumo de naranja –es para verla tirada en el suelo con todo el chiringuito montado. Además Kevin debe también estar en pleno proceso de aprendizaje de estos blanquitos. Hasta hace un par de días no sabía lo que eran los garbanzos ni las aceitunas, ni las tiras de soja, y ahora los comienza a usar. Para colmo del aprendizaje, el otro día, ni corta ni perezosa, la veo pasando delante mía con mi libro de cocina marfileña –que recién me regalaron-, haciendo sus consultas, anotando no sé qué, y mostrándoselo a sus colegas. Eso es confianza. Ah, también preparó pescado que no quiero ni saber de donde lo sacó después de pasear por el mercado. Estaba bueno, y bien cocinado. Pero fue mundial, cuando Sandra le preguntó que pescado era, y Kevin contestó: “Pescado”. Sin nombres ni apellidos, para que complicarse la vida en buscárselos.
Otra función clave de Kevin es el orden. Pongamos que quiero poner una silla al lado del baño para colgar toalla y la ropa que te quitas y te pones, pues nada. Ha tardado varios intentos en darse cuenta, que no era desorden sino utilidad. Después de 4 veces, poniendo yo y quitando ella, ahora parece que la silla ya está yo donde quiero. Pongamos que quiero tener una toalla en el baño disponible por si te duchas o te lavas las manos, misión imposible. Kevin –perseverante como ella misma- la pone a lavar en un santiamén y te deja sin toalla. Eso todavía no hemos llegado a coordinarlo.
Otro aspecto fundamental de Kevin es su rapidez en el servicio, y eso –a veces- se convierte en una desventaja cuando te quieres preparar un café a tu antojo. Cada mañana y después de comer, me echó mi Nescafé soluble con el azúcar, y procuro hervir el agua. Para no estar al lado, hago alguna cosa en ese tiempo, y zas, café puesto ya encima de mi mesa pero con temperatura a su gusto. A veces frío, a veces menos frío, depende de Kevin.
El otro día, Kevin nos volvió a hacer una de las suyas. Llenó con agua del grifo una de las botellas que utilizamos para beber, tomar café, limpiar la verdura o lavarnos los dientes. Por ahora, no ha habido daños colaterales. Se lo dijimos. Hoy he vuelto a ver esa misma botella en la nevera.
Una de las facetas más características de Kevin es la relación desmesurada con las vecinas, o mejor dicho, con las colegas encargadas de la limpieza de las dos casas vecinas de este condominio cerrado. Con ese idioma exageradamente nasal con el que hablan, y ese poco gusto por el silencio, Kevin se comunica a voces de un patio a otro –del 1 al 2, o del 1 al 3 sin esfuerzo alguno. Desde primera hora de la mañana, Kevin funciona como despertador marfileño para mis ganas de seguir durmiendo. Luego, durante todo el día, comen juntas, se tumban en la puerta, y siguen con sus risas y su algarabía, ¡qué mejor manera de trabajar! El otro día, momento inolvidable, aparece Kevin con sus dos colegas para presentármela. Me dan la mano y se van. Yo me quedo compuesto y sin novia. ¡Habrá que oír que dirán de este blanco barbudo que pasa tanto tiempo en casa!
Kevin tiene otra particularidad más: master en gestión de stocks. Ella decide lo que se lleva a casa de las sobras, lo que tira o deja en la nevera. Te sobra comida rica que piensas en comerla por la noche, Kevin se la lleva a su casa o se la come con las vecinas. El otro día sobro pan (cosa que no comemos cada día), y venía como anillo al dedo para una tortilla de patatas que me atreví a hacer, pues nada, Kevin se llevó el pan para su casa sin el mínimo reparo. Ella nos pone las reglas.
Otro momentazo que me ha hecho mucho reír es cuando he visto a Kevin pasar por el salón con toda la ropa nuestra, lavadita y secada, encima de su cabeza para llevarla al cuarto y ponerla en su sitio. Con las manos libres, cabeza ocupada, caminar de trapecista, me la veo pasar como si nada, Esa imagen no tenía desperdicio, no podía disimular mi carcajada.
Otro capitulazo fue el otro día, en hora de sobremesa, Kevin agarró el mando a distancia, se colocó delante del televisor mientras yo trabajaba en la mesa a su lado, se colocó una telenovela, se tiró a lo largo del suelo y todo listo. Eso ya es abuso de confianza.
¿Qué sería de esta casa sin ti? ¿Qué podríamos hacer sin ti? ¿y contigo?Muchas gracias, Kevin.