Carlos Marx, Lenin y Stalin
El primero debe tener unos 55 años. El segundo unos 45, y el tercero unos 29. Nunca escuché esos nombre haciendo referencia a personas bien diferentes de los personajes históricos que todos conocemos. En Ecuador, ya he conocido a dos de ellos, y en Colombia, al tercero en discordia. Carlos Marx es el director del Servicios de Rentas Internas (como si fuera el ministro de hacienda de cualquier país). Resulta al menos curioso decir que he estado discutiendo con Carlos Marx sobre temas tributario. Pues ya puedo decir eso. Aunque el segundo apellido deja bien claro que no se trata del mismo Karl Marx, el ecuatoriano se llama Carrasco. Lenin es aún más común por estas tierras. Conozco a dos; el vicepresidente del gobierno y el asesor comunicacional del canciller). Y a Stalin lo conocí en Colombia, en el caribe, en Santa Marta, donde recién he estado impartiendo unas clases, y me topé con un profesor que era mi alumno, llamado Stalin. ¡Qué lujo! Nunca me pasó esto por España, ni por asomo. Sin embargo, por estas tierras que respiran algún tufo de cambio, o de socialismo, o de algo que dice llamarse socialismo, o de marxismo, es más común tropezarte con esos nombres tan históricos. Y uno no puede disimular su asombro cuando en una clase, alguien te interrumpe, y cuando le preguntas por su nombre, te contesta con total naturalidad: “me llamo Stalin”. Lo curioso es escuchar esto en un ambiente tan caribeño y caluroso, muy cerca del mismo lugar donde pasó sus últimos días Simón Bolivar, el Libertador, en la Quinta de San Pedro Alejandrino. Porque esa región, Magdalena, es bien particular. Desde su universidad hasta su cotidianidad. El mundo académico es más parecido a un bar de charlatanes que a otra cosa. No había manera de dar clases, mas bien, me ceñí a ser un moderador en un debate de besugos. Nunca me pasó algo igual. Por ejemplo; comienzo a explicar una metodología, pregunto si lo conocen, nadie, pero solo con el titulo, primera interrupción, y con acento costeño, “yo no estoy de acuerdo con ese método”, y eso sin explicarlo ni conocerlo. Ahí es nada. Nunca había hablado tan poco siendo yo el profesor. Inaudita la capacidad para improvisar una opinión. Al final, opté por reírme. La ciudad tenía un cierto parecido a La Linea (donde nací). No por su arquitectura ni su paisaje de mulatos y negros, sino por el carácter de su gente. Santa Marta está a pie del caribe, con un calor que no caduca, con mucho ruido en cada esquina, música a borbotones. Mucha vida en las calles, con jugo de todos los colores, y con infinitos improvisados bares (uno de ellos me llamó la atención porque se llamaba Mi Oficina). Un lugar con personalidad, la ciudad primera colonizada por los españoles en Colombia, y con lindos parajes naturales a su alrededor. A destacar, el Parque Tayrona, que merece capítulo especial por su belleza, por lo mágico, por lo salvaje. Este paraje natural, de vegetación selvática, donde todavía viven algunas comunidades indígenas, está bañado de playas paradisiacas. Para llegar a ellas, solo caminata entre árboles trastornados y erguidas palmeras. Allá, toca dormir en un carpa (tienda de campaña) a pie de mar, con cafecito (tintico; como dicen allá), o cervecita, o mucho camarón (en ceviche, a la plancha, apanados,…). ¡Qué sitio para perderse! Debe ser la otra Colombia, tan linda como alejada de Bogotá y su Candelaria. Debe ser el caribe.
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