01 mayo 2007

Desaparecido


Un mes he tardado en retomar esto de escribir en público. Desde la última vez, desde Cochabamba, ha sido una gira continua de un lugar a otro siguiendo a los constituyentes por algunos departamentos de Bolivia. De Cochabamba, a La Paz, solo un día allá, y avión para la capital de la nación camba, es decir, Santa Cruz. Allá, mas constituyentes, más polémica, más de lo mismo. Luego, alto en el camino, y escapada a la Chiquitanía. Sin embargo, llegar hasta allá fue todo una odisea. Siete horas anclados en un puente, con la sana pero jodida intención de cruzar el Rio Grande. Y todo esto ocasionado por un ausente civismo que espero que esté presente en algún artículo de la esperada constitución. Llegamos al puente donde se estrechaba la ruta de dos a un carril. Esto se hubiera solucionado de una manera bien sencilla: cada uno espera su turno y ya está. Pero acá todo se complica. Los coches decidieron que no tenía sentido esperar en su carril, y se pasaron sin pedir permiso al carril contrario. Esto sucedió tanto de un lado como de otro del puente. El embotellamiento era “del-carajo”. Todos emputados, y la noche iba cayendo sobre tal atasco. Seguíamos en el bus de mala muerte, en un asiento improvisado por falta de espacio, y bajo la costumbre del incumplimiento de leyes. ¿Para qué querrán la constitución? ¿Por qué se empeñan en una ley de leyes si no cumplen lás leyes más sencillas?
A nuestro lado, dos señoras, madre e hija, con tal edad que resultaba complicado saber quien es madre e hija. Allá estaban, como momias, sin rechistar y con una paciencia inaudita. Las dos toborochis (árboles de silueta pronunciada) usaban sus carnes para protegerse de la barra que me destrozaba mi espalda. En medio de todo este caos plurinacional, los menonitas con sus típicos trajes de carpinteros paseaban entre camiones, buses, perros, carros y camionetones. Las tiendecitas, estratégicamente colocadas a cada lado del dichoso puente, hacían su agosto. Y después de mucho, 7 horas, nada mas y nada menos, avanzamos sin saber como ni por qué. Nunca entendí com se crean los atascos, y menos como se desatasca el atasco. A las 2 de la madrugada, paramos en San Javier, con un total de 11 horas en mi haber. Aunque mereció la pena. La Chiquitanía tiene su encanto. Un lugar de misiones, de un verde muy verde, de una tierra muy roja, de iglesias jesuíticas, de personas con rasgos muy lindos,... Un lugar para volver. Y hablando de volver, no quería ni pensar como sería la vuelta, pasando de nuevo por ese pinche puente. Esta vez, fue solo una horita de atasco, ¡menos mal! Pero la gira seguía, y de Santa Cruz a Tarija, a la Andalucía boliviana, que a decir verdad, solo se parece en que la siesta es sagrada, y el río que cruza la ciudad se llama el Guadalquivir, pero poco mas. Porque comparar el pescado de allá con el pescaito gaditano o malagueño es todo una blasfemia. En Tarija, mas del “constituyente-tour”, y el cansancio iba en aumento. Llegó el día de la vuelta, con la incertidumbre habitual de los vuelos bolivianos. De Tarija a Cochabamba, de allá a Santa Cruz, y de ahí a mi Sucre. Ni me lo creía. Por fin en casa, la casa boliviana.
Acá, en Sucre, también he tenido dos semanas de locos... de locura constituyente...
Espero que entiendan mi ausencia, y para compensar, prometo algo más novelesco para mañana, que os adelanto con esta pista: “Por fin, famoso”.

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