24 diciembre 2010

Mas Vale no Pensar

Una vieja y un viejo analizan casualmente la coyuntura social, política y económica en una carnicería cualquiera de Sevilla. El viejo sentado muy patriarcalmente esperaba su turno, mientras que la vieja muy decidida compraba como si no hubiera mañana. Un tópico siguió al otro; de la carne al pollo, de la costilla al muslo, de los precios al euro, del salario al paro, de los jóvenes al botellón, de la seguridad social al cambio climático, de la navidad a la lotería, de la crisis a los bancos, y de la economía a Zapatero. Y después de más de media hora de esta improvisada tertulia a tres bandas, la vieja, el viejo y el carnicero de por medio, a modo de colofón, la vieja dilapidó cualquier esperanza para el futuro (a la mierda con el Otro Mundo es Posible) dando una lección de resignación popular, “Más vale no pensar”.

26 octubre 2009

Deportación Express: de Buenos Aires a Quito

Los días por Argentina fueron muy bien aprovechados. Siempre es lindo visitar Buenos Aires, y esta vez también hubo tiempo-relámpago para escaparse a Río Cuarto a ver a Malena, mi sobrina cordobesa, hija de mis amigos Jorge y Gabi. Lo disfruté y mucho porque ese lugar ya me resulta muy familiar. La ida y la vuelta no se hicieron tan pesadas gracias a ese ómnibus de Chevalier –perdón por la publicidad-, con su coche cama ejecutivo que te permite estirar las piernas, comer, dormir con almohada, tomar cafecito y whisky si es que hubiera querido. Me sigue impresionando las calles de Buenos Aires; tanto las de afuera como las de adentro. Y es que si entras en cualquier restaurante del microcentro, la calle se traslada al interior, se grita como si estuvieran anunciando “cambio” por Florida o Lavalle, y los camareros caminan más rápido que si fueran por Corrientes. Es todo un espectáculo callejero comerse un bife de chorizo o de lomo, una pizza en el Güerrin, o unas empanadas de carne y pollo en el Pippo. Ö tomarse un cafecito con dos medialunas en esas ya aludidas esquinas porteñas. Pero la calle, la de afuera, tampoco tiene desperdicio. Te puedes parar para escuchar un fascinante grupo de música, Método de Blanco a Negro, a quien no pude resistirme a comprarle un CD, o te cruzas con gente y más gente que vende, o anuncia, o camina estresado para el trabajo, o habla por teléfono a grito limpio… Nada pasa desapercibido en esa callejera ciudad. Pero lo que iba a contar no era nada de mi estadía argentina, sino era otra más de aeropuertos, aduanas y migraciones. La salida fue sin percances; el paso por Lima según lo previsto; pero todo se truncó cuando llegué a Quito. El avión aterrizó incluso antes de lo previsto. El aeropuerto Mariscal Sucre de Quito (Ecuador) no es que sea de lo más sedante. Está ubicado en medio de la ciudad, y en los últimos años ya son muchos los accidentes aéreos. El último fue incluso cuando vivía acá al estrellarse un avión militar en un edificio a pocas cuadras de donde yo residía. Pero esta vez, el avión sobrevolaba Guápulo sin sobresaltos, pasaba por mi antigua casa como tantas veces había visto yo pasar a otros aviones, atravesaba el parque de la Carolina e iba encontrando pista sin susto alguno. Salí de los primeros creyendo que realmente saldría de allá. Y no fue tan así. El cabo segundo Luis Tayupanda no me dejó entrar. Entregué el pasaporte como de costumbre procurando superar el impúdico obstáculo de una aduana con control migratorio. Ese acto a veces tan protocolario, esta vez se convirtió en todo un suceso tan ingrato como divertido. El cabo segundo fue a introducir a mis datos en el sistema; hecho que no sé si se hace siempre o solo cuando tienen delante una imagen como la mía. En ese momento, su cara de cabo chusquero delató que algo no iba por buen camino. “Usted no puede entrar, ha superado los días disponibles para estar en el país”. Mi rostro dudó entre la sorpresa y el acongoje; “¿Cómo?”, pregunté. Y proseguí, “en mi última entrada al país me concedieron 66 días para estar acá, y solo consumí 36, así que me resta 30 días, muchísimo mas de lo que realmente estaré acá”. Así lo decía mi pasaporte y su computadora. El cabo cuadriculado no entendía nada. Me confirmaba que si, que el sistema me concedió eso, pero que se había equivocado en su momento, y ahora dice que no. Ante eso, le dije que le entendía pero que yo no podía ser adivino para saber que el sistema se equivocó. Era obvio que no lo iba a entender, y siguió erre que erre, pero ahora con el apoyo de la cuadrilla de mujeres policías que estaban en puestos de control donde ya no había ningún pasajero. Intenté volver a explicarme; “entiendo lo que usted me dice, pero entienda usted que yo tengo en mi pasaporte lo que ustedes me pusieron y por eso, yo no saqué ninguna otra visa, dado que tenía muchos días aún disponibles”. El cabo segundo y su séquito seguían agarrado a que yo había superado el máximo posible. Cuando percibí que estaba en callejón sin salida, aposté por encontrar soluciones en aras de poder entrar en el país. La respuesta seguía siendo clara: la deportación en el mismo vuelo que había venido, es decir, para Argentina. A la fiesta, se sumó el subteniente Rómulo Redrobán. A quien había que verlo como salido de alguna película de Cantinflas. El nuevo invitado, el subteniente, fue aún más vehemente, no dio lugar a dudas, y fue tan contundente como cabrón: “Usted será deportado, salvo que consiga que le manden por fax una visa para entrar. Tiene sólo dos horas”. A todo esto, llegaron los responsables de la compañía aérea, y dos custodios por si me escapaba. La película estaba servida; Dos horas para una Visa. No pude evitar acordarme del Schwarzenegger africano cuando me deportó desde Costa de Marfil o del Sargento Ramirez cuando casi no me deja salir de Bolivia. Sin saldo en mi teléfono y sin que me prestaran ninguno, tuve que convencer a alguien para que me comprara saldo. Y comenzó la batería de llamadas a compañeros, amigos, colegas y hasta ministros. Movilización absoluta en busca de algo que debía llegar lo más rápido posible. Las 2.30h y todavía nada de nada. Solo restaba una hora. Seguía con las llamadas y más llamadas, haciéndolas y recibiéndolas. Si éramos poco parió la abuela, mi celular sin batería ni cargador. Persuado a la señorita de la compañía para poner mi tarjeta en su celular. Otra prueba superada. Ya me veía otra vez en Argentina sin vuelo para España. En medio de esta angustia esperanzada, aparece el subteniente con su cabo segundo con una hoja en sus manos. Salvoconducto de 24h. “Ya se puede ir”. Y no lo dudé ni un instante. Salí airoso con pasaporte sin sellar después de este nuevo episodio de deportación, deportación Express.

02 agosto 2009

Carlos Marx, Lenin y Stalin

El primero debe tener unos 55 años. El segundo unos 45, y el tercero unos 29. Nunca escuché esos nombre haciendo referencia a personas bien diferentes de los personajes históricos que todos conocemos. En Ecuador, ya he conocido a dos de ellos, y en Colombia, al tercero en discordia. Carlos Marx es el director del Servicios de Rentas Internas (como si fuera el ministro de hacienda de cualquier país). Resulta al menos curioso decir que he estado discutiendo con Carlos Marx sobre temas tributario. Pues ya puedo decir eso. Aunque el segundo apellido deja bien claro que no se trata del mismo Karl Marx, el ecuatoriano se llama Carrasco. Lenin es aún más común por estas tierras. Conozco a dos; el vicepresidente del gobierno y el asesor comunicacional del canciller). Y a Stalin lo conocí en Colombia, en el caribe, en Santa Marta, donde recién he estado impartiendo unas clases, y me topé con un profesor que era mi alumno, llamado Stalin. ¡Qué lujo! Nunca me pasó esto por España, ni por asomo. Sin embargo, por estas tierras que respiran algún tufo de cambio, o de socialismo, o de algo que dice llamarse socialismo, o de marxismo, es más común tropezarte con esos nombres tan históricos. Y uno no puede disimular su asombro cuando en una clase, alguien te interrumpe, y cuando le preguntas por su nombre, te contesta con total naturalidad: “me llamo Stalin”. Lo curioso es escuchar esto en un ambiente tan caribeño y caluroso, muy cerca del mismo lugar donde pasó sus últimos días Simón Bolivar, el Libertador, en la Quinta de San Pedro Alejandrino. Porque esa región, Magdalena, es bien particular. Desde su universidad hasta su cotidianidad. El mundo académico es más parecido a un bar de charlatanes que a otra cosa. No había manera de dar clases, mas bien, me ceñí a ser un moderador en un debate de besugos. Nunca me pasó algo igual. Por ejemplo; comienzo a explicar una metodología, pregunto si lo conocen, nadie, pero solo con el titulo, primera interrupción, y con acento costeño, “yo no estoy de acuerdo con ese método”, y eso sin explicarlo ni conocerlo. Ahí es nada. Nunca había hablado tan poco siendo yo el profesor. Inaudita la capacidad para improvisar una opinión. Al final, opté por reírme. La ciudad tenía un cierto parecido a La Linea (donde nací). No por su arquitectura ni su paisaje de mulatos y negros, sino por el carácter de su gente. Santa Marta está a pie del caribe, con un calor que no caduca, con mucho ruido en cada esquina, música a borbotones. Mucha vida en las calles, con jugo de todos los colores, y con infinitos improvisados bares (uno de ellos me llamó la atención porque se llamaba Mi Oficina). Un lugar con personalidad, la ciudad primera colonizada por los españoles en Colombia, y con lindos parajes naturales a su alrededor. A destacar, el Parque Tayrona, que merece capítulo especial por su belleza, por lo mágico, por lo salvaje. Este paraje natural, de vegetación selvática, donde todavía viven algunas comunidades indígenas, está bañado de playas paradisiacas. Para llegar a ellas, solo caminata entre árboles trastornados y erguidas palmeras. Allá, toca dormir en un carpa (tienda de campaña) a pie de mar, con cafecito (tintico; como dicen allá), o cervecita, o mucho camarón (en ceviche, a la plancha, apanados,…). ¡Qué sitio para perderse! Debe ser la otra Colombia, tan linda como alejada de Bogotá y su Candelaria. Debe ser el caribe.

02 mayo 2009

¿Le emplasticamos, señor? Elecciones en Ecuador

Asistir a unas elecciones siempre es algo interesante. Y si lo haces alejado de la hipócritamente democratizada Europa, mucho más. En Ecuador, este domingo pasado -26 de Abril del 2009- tuvieron lugar las elecciones a presidente y vicepresidente, asambleistas, alcaldes y concejales y prefectos. Los resultados fueron los esperados en cuanto al presidente; parece que ganó Correa y su Revolución Ciudadana. Pero para un análisis más frívolo, mejor pueden leerme en Público.
Ahora vayamos a lo serio. Las elecciones en Ecuador tienen su gracia. De las cosas más divertida era ver los spots publicitarios. Todos bajo presupuesto público. Una prueba de cuán justo puede llegar a ser este tipo de elecciones. Mucho más que en España (donde hay capacidad privada de publicitar a la campaña) ó en Estados Unidos (donde se han recolectado cifras multimillonarias para la campaña). Recuérdese que quien contribuye a la campaña no lo hace gratis.
Con relación a los anuncios, ¡había cada cosa! De todos, me quedo con el del eterno candidato –multimillonario bananero-, Noboa, preguntando agresivamente al presidente, ¿de qué te ríes Correa? No tiene desperdicio. Y Correa, como no podía ser de otra manera, se acordó de él cuando se estaba riendo por haber ganado las elecciones.
Además de la publicidad, otro aspecto muy llamativo es el forzoso absentismo alcohólico, o por lo menos, de puertas para fuera. La Ley Seca se establece en Ecuador durante 72 horas en época de contienda electoral. Se prohíbe beber bebidas alcohólicas, ni en bares, ni en restaurantes, y tampoco se pueden comprar en ninguna parte.
Lo mejor viene el mismo día de las elecciones cuando paseas de colegio en colegio, más aún cuando se tiene la suerte de ir acompañado de un presidenciable que no quiso serlo. Había ambiente para votar, lo cuál es obligatorio acá; si no votas, multa de 50 dólares. Además, también votaban por primera vez los jóvenes entre 16 y 18 años. Aunque votar no era nada fácil. Había que rellenar 6 papeletas que correspondía a: 1) presidente y vicepresidente, 2) asambleistas nacionales, 3) asambleistas provinciales, 4) prefectos, 5) alcaldes y 6) concejales. También hay asambleistas representantes de los migrantes, muchos en España. Podías votar en plancha (todos del mismo equipo), o votar cruzado (votar a quién quiera, del partido que fuera, en el orden que se desee). Esta opción resultado muy democrática por la libertad de elección. Cosa que sería bien complejo en España; ni puedes votar de un lado y de otro, y mucho menos alterar el orden que impone la maquinaria “dinosáurica” del partido.
Claro está que eso tiene su coste en tiempo; la lentitud en dar los resultados es ya exagerada. Cinco días después, solo hay escrutado el 77% de la votación para presidente y vicepresidente, y poco se sabe de quienes serán los asambleistas. Hecho que hace que todos se echen encima del Consejo Nacional Electoral, especialmente, la derecha y su representante máximo, el ex presidente –ex golpista y ex fugado, Lucio Gutierrez, quien lleva unos días con cantos de sirena sobre el posible –pero infundando- fraude electoral. Vieja estrategia que procura sembrar la duda en los resultados electorales cuando no se ha ganado. Lo peor es que no juega sólo; está acompañado de la mayoría de los medios de comunicación.
Volviendo al día electoral; hay algo más que contar. Para votar, hay que dividirse en mesas. Eso podría ser usual. Sin embargo, no es tan normal ver como los hombres deben votar en una mesa y las mujeres en otra.
Por último, hay una señal inequívoca para saber que estás próximo a un colegio electoral si estás algo despistado. Se trata de los “emplasticadores”, quienes se dedican a plastificar el comprobante de voto, que luego será usado para infinitas gestiones. ¿Le emplasticamos, señor? Esa es la pregunta más recurrente que se escucha en los aledaños de cualquier centro de voto, con la única intención de captar al cliente, es decir, al votante.

25 marzo 2009

Pelucones


Hace ya más de tres semanas que aterricé en Quito (Ecuador). Y aterrizar acá no es cualquier cosa, porque es de lo aeropuerto más dentro de la ciudad que he visto. NO me enteré de mucho porque fue por la noche. Lo más sorprendente de mi aterrizaje era la cantidad de globos como señal de “Bienvenido Mr Emigrante” que había en la sala de espera de la esperanza. Una marabunta de familiares pocos pelucones y de todas las edades -sobrinas, hijos, nietas, abuelos, esposos, cuñadas...- aguardaban a ver a su particular exiliado desde no se sabe cuánto tiempo… Al día siguiente, me di cuenta que aterrizar en esa pista de aterrizaje no es cualquier broma. Los ruidos de los aviones es parte de la ciudad. Al principio, te sorprende tanto avión por ahí suelto, luego, te habitúas hasta el punto de hacerte recordar al mismo Air Comer que me trajo hasta acá. Incluso si no fuera tan cegato, identificaría si es el Iberia de Madrid, o algún Lan de Perú. Aunque no puedo hablar de aviones, sin destacar el último accidente de la aeronave militar que se estrelló en el edificio de una avenida pelucona de la ciudad, la González Suárez. Es el cuarto accidente en tan poco tiempo, y no es de extrañar cuando el otro día me entero que los aviones pasan a escasos 200 metros de esas viviendas de los años setenta. Toda una desgracia en un barrio que era candidato para vivir, aunque descartado por pelucón.

La vida en Quito es agradable, una ciudad muy alargada, condenada por las montañas a seguir creciendo a través del valle. Con el Pichincha como monte más emblemático. Aunque yo –ignorante de mi-, conocí primero el Pichincha como nombre del banco donde abrí mi cuenta, antes incluso que el nombre del monte o la región donde está ubicada Quito. Estás cosas suelen pasar. El centro histórico es patrimonio de la humanidad, y tiene motivo de sobra para ello. Más iglesias que en Sevilla, y eso ya es todo un decir. Mucha colonia –y no me refiero al perfume- en sus calles, sus plazas, sus casas con sus patios… Luego, tiene barrios lindos: La Mariscal (zona fiestera por excelencia), La Floresta (la zona bohemia), La Carolina (zona con vida de oficinas), Quito Tenis (en la zona norte, también muy pelucón), y el Sur, donde se concentra la parte más popular de la ciudad. Ando muy feliz, muy entusiasmado, muy virgen todavía… Con muchas ganas de empaparme de todo, de aprender y aprehender… Otro país, otra historia. Otro proceso político sumamente interesante. Y para colmo de deleite, además de tener resaca constitucional, ahora se enfrenta a elecciones presidenciales el próximo 26 de Abril. Se exacerba el debate público político, y yo, como “guarro en un charco”.

Venía con el sesgo boliviano, y así lo noté en los primeros días. Comparaba casi todo con La Paz. Y nada que ver aún habiendo similitudes. Menos presencia de lo andino. Y todo parece más colombiano. Más caribeño. Todo es más ruidoso. Más agringado, no sólo por tener al dólar como moneda anti-nacional. La gente más abierta. Con más ganas de hablar, pero también de escuchar. Todo un desafío seguir conociéndolos.

Todavía no he hecho turismo, sigo agradablemente encorsetado en esta ciudad. Aunque hay mucho que ver (Amazonía, Parque Yasuní, Galápagos, la ciudad de Cuenca, las playas de Manabí,…), toca todavía seguir descubriendo esas cotidianidades que son tan diferentes entre si. Por ejemplo, la siempre aventura de hacer un trayecto en bus. El otro día alucinaba con la adaptación de los viejos a la lógica local del bus. Ni hay paradas ni se para. Todo es en movimiento. Los dos cuasi ancianos del bus fueron desde el final del mismo hasta la puerta principal, en plena cuesta abajo, sin frenar un instante, agarrados de liana en liana hasta llegar al momento cumbre: la bajada sin frenada. No sé como lo hicieron, pero bajaron sin rasguño y como si no hubiera pasado nada. Lo mismo, para cuando subió la viejita que tenía sentada a mi lado. Lo mío fue más rudimentario: me acerqué al cobrador para pagarle con antelación, vaya a ser que me tropezara entre la escalera y el recuento de monedas. Casi salté como si se tratase de un precipicio cuando solo había que bajar dos escalones, y además, el bus ya había aminorado la velocidad. Me sentí torpemente europeo.

Otro aspecto atractivo siempre que llegas a un país diferente es su hablar y su tono. El canto es gracioso, con un alargue de la última silaba como no queriendo terminar la palabra. Es algo como un porteño a lo andino. Mucho menos brusco, más suavito. Luego, llegan el baile de vocablos nuevos: chévere (lindo), biela (cerveza), mono (alguien de Guayaquil), parqueadero (donde aparcar),… También me hizo mucha gracia cuando pregunté en una exposición medio formal como se decía “chuleta” (pero refiriéndome a lo que usa el alumno para copiarse en el examen). Y me contestaron, ni cortos ni perezosos, que se decía “polla”. Me reí. Les expliqué. Luego, dije que “me iba a sacar mi polla”. Uff, no podía contener la risa.

Sin embargo, la palabra que más me gusta es pelucón. Ya lo notaron, ¿no? ¿Ya sabrán que querrá decir? Eso mismo: pijo a lo españolito, o fresa a lo mexicano, highlon a lo boliviano, cheto a lo argentino…


Posdata Primera: La Real Academia Española (RAE) no lo recoge. ¡Qué más da! LA RAE siempre tan atrasada. Según el onmilatoso Wikipedia; Pelucones alude al anacrónico uso de pelucas por parte de la aristocracia, denominación coloquial, habitualmente despectiva, con que se conocía en Chile, durante la primera mitad del siglo XIX, al bando político conservador. Se denomina y califica así a la renombrada clase burguesa ecuatoriana perteneciente a la alcurnia o nobleza criolla.

Posdata Segunda; En Ecuador, este término fue usado por primera vez por el presidente Correa contra los grupos de poder económico guayaquileños que residen en Samborondón. Después, la extendió para denostar a otros grupos de mucha plata.

08 diciembre 2008

Las bicicletas no son para el verano


En tiempos donde todos hablan de crisis, quizás las bicicletas podrían ser otro remedio. Especialmente por dos motivos: porque no contamina (y así nos subimos al carro de las medidas ante el cambio climático, que ya otros llaman cambio global) y porque no implica mucho gasto. Aunque éste último punto podría ser contraproducente dado lo que dicen esos que aún defienden nuestro actual sistema económico. Todos pensando cómo superar la crisis, y a la vez, otros preocupados por la caída del consumo (por ejemplo, en la compra de coches). No hay quien lo entienda. Por otro lado, parece que se pone otra vez de moda “lo público”. Todos apelan a esta salida de urgencia frente a la sobada crisis. Se nacionalizan los bancos. Se avala con dinero público aquello que no funciona en lo privado (aunque todos auguraban que quien iba a quebrar era el sistema público de pensiones). Y además, las bicicletas también se hacen públicas. Mejor sigamos pedaleando.
Se cree que en las civilizaciones de Egipto, China e India existió un vehículo de impulso humano similar al principio de la bicicleta.
Sin embargo el vestigio más antiguo de algo parecido a la bicicleta se encuentra en la obra “Codez Atlanticus" de Leonardo da Vinci. El genio del Renacimiento lo había pensado -por el año 1490-¬ en una transmisión de cadena como las que se utilizan ahora. Precisamente, en la actualidad, todavía se usan, y en épocas de vacas flacas, pues mucho más. Aunque lo más curioso es que también se ha convertido en un servicio público. Fue Lyon (Francia) la pionera en Europa. En España, fue Barcelona (aunque otras fuentes indican que fue Córdoba la precursora). En Sevilla, también ha sido un éxito. Por 10 euros, tienes bicicletas gratis todo el año, en muchísimos puntos de la ciudad. Te despreocupas del tráfico, de aparcamientos, de precio del petróleo, de mantenimiento, de horario de autobús, de que no te la roben (mi bici "privada" de segunda mano me la robaron anoche)… Yo ya me hecho adicto. Para todo: para ir al cine, para hacer una compra (tienes una cesta muy provechosa), para ir a la universidad, para hacer deporte, para dar un paseo,… Este pasado viernes, con los amigos de la infancia, y como niños, estuvimos paseando en bicicletas por toda la ciudad. Algo magnifico. ¡Qué lindo una cosa tan sencilla! Mucho mejor que ir en coche.

11 noviembre 2008

Chambeando


Lo venía debiendo, y me resisto a callar este escarceo por México, por mi México. Ya hace un par de semanas que he regresado a la refrescada Sevilla, pero todavía me merodean muchos recuerdos de mi fugaz visita a DF. A esa ciudad que atormenta a Sabina, que ama a Serrat, que refugió a tantos exiliados, que pintó Frida, que invadió Hernán Cortés o que revolucionó Zapata. Una ciudad maravillosa de no sé cuantos millones de habitantes, de caótico metro y metrobús, y sobretodo, de mucho trafico. Me refiero a los autos, no piensen mal. Pero al fin al cabo, una ciudad fascinante.

Llegué agotado porque a pesar que el viaje fue directo, la hora de aterrizaje era demasiado vespertina. El viaje comenzó como tanto otros. Con cierta pereza –debido al cansancio de un reciente viaje a Bolivia y Argentina- y con el tropiezo ante uno de esos personajes de los aeropuertos. Esta vez fue un loco viejito, que sin haberme dado cuenta, se me pagó a mi desde la T4 hasta llegar a la terminal satelital. Acabó explicándome cuestiones de la teoría del caos, y para eso estaba yo a las doce de la madrugada y a la espera de un vuelo de unas doce horas. El tostón se acabó en el momento que subimos en el avión. Menos mal que me tocó como diez asientos más atrás. Su señora debía ser una santa para aguantar a ese divertido y monotemático científico.

El vuelo, bien. Pude dormir después de la mini botella de vino que siempre me sabe a gloria dentro del avión. No hay duda que es mi mejor biodramina. Seis y media y procuro sortear los trámites aduaneros intentando esquivar al viejo físico. Ya en el taxi, la palabra me brotó sin vacile alguno. ¿Cómo va la chamba, señor? Así le dije, y así se entabló una fácil plática que duró hasta el hotel. Me encanta esa palabra: chambear, o lo que es lo mismo, trabajar a lo mexicano. O a lo mismo que había venido yo, a chambear en la universidad para impartir unos cursos de Políticas Públicas. Que linda excusa para regresar a México. Aunque lo de regresar es abusivo. Porque para mi México es Oaxaca. Nunca visité la ciudad de los chilangos (así le dicen a los nacidos o a los que llegan a DF, aunque mucho habría que decir del origen etimológico de esta palabra nahuatl). Como venía diciendo, para mi México es Oaxaca. ¿Qué poder tan reduccionista tienen los nombres de los países? Me acuerdo de Kapuscinsky en su libro Ebano cuando dice que Sólo por una convención reduccionista, por comodidad, decimos África. En la realidad, salvo por el nombre geográfico, África no existe”. Hasta la malinche me embestiría si me atrevo a pronunciar tal aberrante afirmación.

México si que existe. Y lo pude saborear a cada instante. Esa comida callejera de tacos, las quesadillas, el mole, las humitas, el tamal, los jugos… Ni la posible venganza de Moctezuma (así le dicen a la factura que te puede pasar la comida picosa mexicana) pudo contener mis ansias de detenerme en cualquier carrito. ¡Qué manjar en cada esquina! ¿Cómo resistirse a tanta personalidad culinaria? Si no quieres comer, pues te tomas un cafecito leyendo La Jornada en la librería El Péndulo en la Condesa. O quizás en el Fondo de Cultura Económica. O te vas por el Zócalo, la alameda, Tlatelolco (donde mataron a universitarios en el 68 mexicano), o un desayuno en el Café Tacuba –otra vez con la comida-, te puedes meter en cualquier iglesia, en la catedral, en el Palacio Nacional con sus murales de Diego Rivera, el templo Mayor, el museo de Bellas Artes, Castillo de Chapultepec, y así podría seguir y seguir… Sin lugar a dudas, el apartado especial se lo lleva Coyoacán. Me quiero ir a vivir allá. Y que me perdone mi Buenos Aires, pero Coyoacán me engatusó más que el anhelado San Telmo. Y ya sé que las comparaciones son odiosas pero no hay manera de evitarlas. Coyoacán es un barrio con mucha historia, antigua y contemporánea. Allá puedes pasear por sus calles adoquinadas, de casas coloniales y coloridas, sus iglesias, sus parques, su vida y con sus plazas. De todas, me quedo con la plaza de la Conchita. También destaco sus cafés, su música, su mercado, su museo de Frida, la casa donde vivió y mataron al Trotsky exiliado,…

No se puede hablar de DF sin hablar de la UNAM. Su universidad de unos 300.000 alumnos y que influye tanto en la vida política del país como en ninguna otra parte que yo conozca. Un campus que es una ciudad universitaria, con sinceros aires de universidad. Tiene de todo: cines, teatro, auditorio, jardín botánico, reserva ecológica, estadio de fútbol donde juegan los pumas, restaurantes, teatro, etc. Y sus agitadas ”islas”, que así le llaman a una de las zonas verdes más concurridas por los alumnos. Recientemente, parte de la UNAM ha sido nombrada patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Y no es para menos. Da un placer especial caminar por allá. Pararte a comprar música que te vende un viejo del “top manta” que sabe más de música que cualquier presentador de Radio 3. O comprar una película pirata y acabar hablando de cine.

Para terminar el alargado relato, quería contar una de las mías. De esas que no puede faltar. De esas que acudo sin que me llamen. O llamándome, yo que sé. A mitad de semana, y con la que se estaba montando en el país acerca del discurrir de la pionera propuesta reforma energética para privatizar PEMEX (empresa de petróleos mexicanos), allá que me fui, a meterme en todo el fango. Después de una fuerte movilización encabezada por el peje (o AMLO, o López Obrador, del PRD, o el autoproclamado presidente legitimo después de haber perdidos las elecciones con muchas sospechas de fraude), la reforma modificó mucho de lo original, y sin ser lo mejor, parecía lo menos malo. O eso discutía el país. A todo esto, y justo el día previo a su aprobación en el congreso, al lado del Ángel de la Revolución había convocada una concentración para ver si se aceptaba esta reforma modificada. Allá estaba yo. En medio de todo el barullo, entre arengas, mítines y cánticos. En medio de una votación popular para decidir la estrategia a seguir. Hasta voté, no tanto porque quisiera, sino casi por obligación. Alegué mi condición de extranjero. Apelaron a lo internacional. Ahí me aflojé, y no me quedó otra que votar. Me conmovió poder estar ahí. Lo disfruté mucho.

Por cierto, la chamba no fue nada mal. Las clases salieron bien y ya me han invitado para otra vez. A lo que no he dicho que no.

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