14 octubre 2007

Visto y no visto

Esta vez perdí la batalla, que no la guerra. Siempre no se puede ganar, y como dicen los perdedores, “hay que saber perder”.
Mi primer viaje a Africa fue un hecho. Se consumió el deseado acto, pero con eyaculación precoz. Me explico.
Todo comenzó según lo previsto. De Sevilla a Madrid, y de Madrid a Dakar. Primera vez que ponía el pie en continente olvidado. Por cuestiones aéreas, Senegal era el paso intermedio antes de llegar a Costa de Marfil. Serían las 21.30h, bajaba por las escalerillas con muchas ganas e ilusión. El calor africano me dio la bienvenida. Primer control de pasaporte, todo en orden. En esa fila de espera, me hago el primer amigo viajero, Quique, un ex bombero, es auditor del servicio de Iberia, productor y actor. Nada mas y nada menos. Todo un personaje. Siguiente estación, cambiar dinero y agarrar un taxi. Lo primero, fácil. Lo segundo, no tanto. Un número indeterminado de negros, muy negros, esperaban ávidos de turistas blanquitos como yo, y mi reciente amigo. Una algarabía indescriptible con el único objetivo de meterte en su coche. En esa marabunta de gritos, aparece un señor de blanco inmaculado, o sea, con una túnica blanca pero él era muy negro. Procura poner orden donde no lo había. No lo puso, pero consiguió negociar un precio y meternos en un destartalado taxi. A pesar del estrés, todo aquello me hizo reír. De ahí, al hotel. Mi novedosa hipocondría me hizo ponerme algo de manga larga, lavarme los dientes con agua embotellada, tomar mi pastilla para la malaria, y dormir con aire acondicionado y bien tapadito. Todo un blindaje. Primera noche africana con ofrecimiento de puta incluida. Fue bajar a recepción y toparme con la oferta tan sorprendente como desestimada.
A la mañana siguiente, dí una vuelta para ver como estaba ese patio africano, otro mundo. Luego, taxi de carretera, y para el aeropuerto. Otro vistazo a esa Africa desconocida. Impresiona tal imagen desolada. Me llamaron la atención los trajes de las mujeres, todas muy elegantes. Tenía ganas de más, de mucho más.
Mas tarjetas de embarque, documentos a rellenar y control de pasaporte. Dirección a Abidjan, con escala inesperada en Mali. Cada vez, más cerca del objetivo: pasar unos días con Sandra, y descubrir lo ignorado. Otro pie en otro país, Costa de Marfil. Mejor dicho, un pie en la zona de tránsito que te permite (o no) entrar a este país de las lagunas.
¿Se acuerdan ustedes del Sargento Ramírez? Ese mismo que casi me impide salir de Bolivia para Buenos Aires. Todo un santo al lado del que me tocó. El de ahora, era más alto, más negro, más africano. Ah, y mucho más cabrón. ¡Lo que es capaz de hacer el relativismo! El sargento Ramírez pasó del infierno al cielo en un santiamén. Todo un bendito ese añorado sargento Ramírez.
Este Schwarzenegger africano no me dejó pasar. Me pidió visa, no me dejó hablar, me gritó, casi me empujó, me obligó literalmente a meterme en el avión de vuelta. En resumen, me expulsó. Su rencor, su furia, su mala leche y su complejo de super-black-man era latente. ¿Será que el afecto del ramadán? ¿será los efectos todavía de la colonia francesa? No sé, pero de algo estoy seguro, era un tipo cruel como él solo. Mis intentos, los del personal aéreo, los de Sandra al teléfono no quebraba lo más mínimo a su hirviente y recalcitrante mala onda. En todos los lados, cuecen habas. Este era negro, pero podría haber sido blanco o amarillo. Me vine abajo, me desvanecí. Ya no podía más. Se me cayeron todos los palos del sombrajo. Esta vez, este capítulo, este ya habitual pasaje “alfrediano”, no tuvo final feliz. Casi sin creerlo me vi en el avión de vuelta a Dakar (Senegal).
¿Me podría haber quedado? Si, el piloto, el único blanco en aquel mundo de negros, me dijo que estaba en mi derecho, pero claro, era quedarse en manos del salvaje policía. Mejor no. Me vuelvo a casa sano y salvo. La imagen no tenía desperdicio. A un lado, el piloto y sus azafatos/as, todo el avión completo, yo en medio del finger con la pelotita votando en mi tejado, que si o que no, entre quedarme e irme. Al otro lado, me esperaba el gorila negro. Solo tenía cuatro días allá, y no quería pasarlo bajo sus órdenes. Prefería cuidar mi integridad y las posibles preocupaciones de Sandra.
Ese amargo camino de vuelta, con agotamiento, impotencia y desazón, me pregunté de todo. ¿Cómo se sentirán tantos y tantos deportados? Yo vuelvo a casa, a mi vida, a mi trabajo que me gusta, con mi familia, a una vida feliz, y además, puedo volver acá en un mes, con visa incluida,… ¿qué más se puede pedir? Si, haber visto a Sandra, haber evitado este mal trago, pero de todo se aprende. Hasta me reiré cuando pasen unos días. Ya me estoy riendo de verme delante de aquel negrazo gritándome, yo diciéndole, no me toques, jaja…. Acá no funcionó exigir hablar con su superior y pedirle su nombre. Como ya diré en un próximo escrito, suele funcionar, pero no siempre.
Otra vez en Dakar, y presumiblemente tenía que pasar tres días allá, hasta la fecha de mi verdadero vuelo de vuelta. Otro reto, irme esa misma noche con el vuelo que sale en tres horas. Me río por no llorar. En Dakar, en un aeropuerto escuálido y caótico, a buscar el delegado de Iberia, y contarle esta surrealista película. Por fin, llega. También muy negro, muy fuerte, muy africano. Todo contado, con pelos y señales, y todo solucionado. La otra cara de la moneda. Era toda comprensión, amabilidad y facilidad. En todos los lados, hay buena gente, éste era negro, podría haber sido blanco o amarillo.
Después, avión para Madrid, dormí como un bebé. Otro aeropuerto, varias horas de espera antes de aterrizar de donde salí, Sevilla. Escribir y los poemas de Miguel Hernández me hicieron disfrutar de las horas muertas (o vivas) de los aeropuertos.
Visto y no visto, otra vez será. Otra cosa para contar, aunque hubiera preferido no contarlo.
El día de la hispanidad o de la raza, me tocó así, ¿será la venganza del Moctezuma africano?
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