Tres por Uno
Este titulo no hace referencia a ninguna oferta de supermercado. Este “tres por uno” alude a tres actos de una misma función no teatral. Tres escenas muy sintomáticas de la cotidianidad en la vida boliviana.
Acto Primero; se abre el telón, y aparecemos intentando comprar los boletos en Aerosur para ir a Buenos Aires. Aerosur es la única compañía aérea que opera internamente en Bolivia después de la caída de LAB, que también la sufrí en su momento. Aunque después de lo visto, tampoco tengo buenos augurios para Aerosur. Acá en Bolivia acertar con los pronósticos del cierre de una empresa tampoco es que sea muy meritorio. Sigo con lo que contaba. Nos sentamos delante de una especie de “Bety la Fea”, y yo diría aún más, “la cara culo”, o “la alegría de la huerta”. Una vez reservado los billetes, solo era emitirlos, y primera sorpresa, nos dice que el sábado no se puede emitir billetes con premio. Segunda pregunta, ¿me podría por favor detallar el itinerario de La Paz a Buenos Aires? No, no es posible. Menos mal que no le pedí un itinerario con 5 escalas desde Bolivia a Costa de Marfil. Bety la Fea me dice que no es posible, saca unos papeles oxidados y me dice que cree que “hay tiempo suficiente y no me precoupe”. Acá, pasé de ser creyente e incrédulo, soy ateo, no me creo nada. Delante de Bety, agarro el telefono, llamo a la central de Aerosur, y me dan itinerario exacto, como muestra clara de cómo funciona las cosas por estas latitudes. Y esta vez no se puede apelar a la excusa de que la administración pública no funciona, todo lo contrario, empresa privada pura y dura. Y tampoco acepto eso de los efectos positivos que tendría la libre competencia, y no al monopolio, porque antes, con competencia, tampoco era ningún ejemplo de funcionamiento. Vuelvo a los dos días, y mi “calvito” (Marcelo) me soluciona todo: emite billete y me da itinerario impreso en un santiamén.
Acto Segundo; de la empresa privada a la pública. Salir de Aerosur, y meterme en Correos de Bolivia. “Por favor, querría saber si ha llegado un paquete que me han enviado”. Una lúcida gurú, sin preguntarme nombre ni apellidos, lugar de envío ni nada por el estilo, me asegura que “recién llega”. Ante mi perplejidad y asombro por la capacidad andina de ver el futuro, le vuelvo a preguntar si necesitaba mis datos, me dice que si, se los doy, y de nuevo, me afirma: “Recién llega”. Increíble pero cierto. Después de pasearme por todo Correos, nadie me decía ni cuando, ni cómo, ni donde llegaría. El orden allá brilla por su ausencia. Ante mi insistente demanda por saber algo mas, la “gurú” deja de hacerme caso, y tuve que preguntarle si era horario laboral suyo o no. Vueltas y mas vueltas, y nadie me decía nada. Llamé a Santa Cruz porque me dijeron que todo llega por allá, y que me avisarían. Para no hacerlo más largo, solo diré que al final, y después de unas ocho llamadas a santa Cruz, la carta llegó a Sucre, con retraso, sin aviso, la mandaron al hotel donde estaba puesta la dirección cuando me habían dicho que la carta no saldría de Correos, y de casualidad, mi compañero de trabajo pudo buscarla.
Acto Tercero; llegada al aeropuerto del Alto en La Paz, y envío de las maletas por el servicio de cargo de Lufthansa. Con Juan detrás del mostrador, comienza la aventura. Seis horas para enviar algo, después de haber preguntado hasta la saciedad, y tenerlo todo tal como nos habían dicho. Primero rellenar papeles, luego aduana, exportación, pagar no sé qué, embalar, y para colmo, narcóticos. Dos personajes y un perro. Hay que decir que si todos trabajaran como la señora de narcóticos, no habría contrabando en Bolivia, y los gringos podrían estar tranquilos con el tema de la coca. Incluso no pude resistirme y ante tal trabajo meticuloso, le pregunté a la policía de narcóticos: ¿trabajan así en el Chapare (zona de la coca donde hay mas cocaína)?, “No”. Más claro, agua. El perro que supuestamente tenía que oler la droga, andaba jugando poniendo la patita encima de la manita. Algo inaudito. Después, rehacer la maleta, más embalaje, y algo más de burocracia. Todo una odisea enviar carga desde Bolivia. No quiero ni imaginar lo que puede ser exportar quinua, o productos industrializados derivados del gas, aunque eso ya es mucho pedir a estas alturas. Ahora entiendo que no se exporte mucho en Bolivia.
A pesar del titulo, me resisto a respetar la oferta. Podría contar mas de tres episodios. Solo contaré una mas, y lo meteré en el acto primero. Se reabre el telón primero. Seguimos en Aerosur, pero ahora en el aeropuerto del Alto, a punto de irme de Bolivia dirección a Buenos Aires. Dos horas antes de partir como está “mandao” en vuelo internacional. La fila era larga, y lenta. De dos horas pasamos a una hora, y seguíamos sin avanzar mucho. Varias consultas al personal Aerosur sin pena ni gloria; “todo va bien, no se preocupen”. De una hora pasamos a media hora, y los nervios crecían. Otra consulta a la chica Aerosur de facturación que esta vez no era Bety la Fea, pero no tenía nada que envidiarle. “No hay problema, ya llegará su turno”. Y llegó casi el turno esperado, cuando le dicen al señor que estaba delante que el vuelo estaba cerrado. Ahí se encendió la mecha, y como no podía ser de otra manera, también me encendí yo. Sin dudarlo me fui a la coordinadora de Aerosur en el aeropuerto que ya la conocía de otra jugada que mejor la cuento otro día. La señorita Ingrid, la coordinadora, también pariente de Bety la fea pero todavía más antipática, con gesto altivo confirmaba que el vuelo estaba cerrada. Después de “armar la marimorena”, se abrió el vuelo, entre dientes nos emitió billetes, buscaba traba donde fuera para no dejarnos volar. Por ejemplo, “Tiene usted boleto de salida de Argentina”, y qué le importara a ella. De ahí, corriendo y sin frenos, a pasar por controles, el primero rapidito y el segundo, me topé con el mismísimo Sargento Ramírez. Metro y medio uniformado en su momento de gloria, y revisión de narcóticos (relacionado con el acto tercero) de todo mi equipaje, con parsimonia, con provocación, con mucha “guasa” como dirían por Cádiz. EL primer embiste lo aguanté con temple, el segundo también, el tercero mas o menos, pero a la cuarta provocación, reaccioné, y prefiero no repetir lo que le dije. NO podía mas. El vuelo salía, y el Sargento Ramírez queriendo lucirse. Después de rehacer mis maletas, corro dirección el avión, paso uno y dos controles mas, y a correr por la pista, viendo el vuelo a punto de volar. Todo a 4000 metros de altura, y con alta tensión acumulada. De repente, escucho un grito atrás mía, otra vez el Sargento Ramírez que había recapacitado, tuve cierto efecto retardado y quería detenerme. “¡Pare, usted no vuela, me ha amenazado!” Solo le dediqué un giro de cabeza, y seguía corriendo, cargado de maletas, mochila y portátil. En ese momento me traicionó mi ausencia de cinturón y mi 16 kilos perdidos. Se me iba cayendo el pantalón hasta que se cayó. Solo mostré mis calzoncillos, y el pantalón se detuvo a mitad del fémur. El tiempo de reconducir el pantalón permitió el alcance del Sargento Ramírez. Mas de lo mismo, usted no vuela, usted queda detenido, tendrá que hablar con mi superior. Era la vez que más había desconocido a una autoridad, y mira que hay ejemplos. Sin hacerle ni caso, ni a él ni al superior, y gracias a la mediación de una azafata, pude subir al avión. Nunca había disfrutado tanto esas escaleritas. Asfixiado por la altura y Aerosur. Ciao ciao Bolivia.
Tuve que digerirlo para poder contarlo, Tres o cuatro por uno. Esto pasó hace más de diez días. Ahora disfruto de la Argentina, ya os cuento.
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